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Combatir el hambre, combatir la pobreza

Willard W. Cochrane

   En un mundo utópico, cada país producirá según sus ventajas comparativas, hará sus negociaciones a nivel global y es lo bastante solvente para comprar el excedente de sus socios de intercambio, si fuera necesario.  Las preocupaciones sobre la sobreabundancia de productos, los bajos precios y la degradación ambiental sería inexistente.  El mundo real es totalmente diferente y este hecho tiene unas consecuencias que impide el logro de una política global de alimentos para dar fin al hambre en el mundo.
 
   Hoy día, aquellos países más desarrollados, encabezado por Estados Unidos, pero incluyendo también a Japón, Alemania y la Mancomunidad Británica de Naciones, producen más de lo que realmente necesitan y constantemente van en busca de nuevos mercados para deshacerse del exceso de productos.  Otro grupo de países, incluyendo a China, India, Tailandia, Brasil y Corea del Sur, pueden mayormente suplir su propios alimentos, y se están convirtiendo en importantes exportadores de productos agrícolas y manufacturados.  En un tercer grupo figuran la gran parte de Africa y naciones como Afganistán y Mianmar, así como partes de América Latina y las Indias Orientales, países cuya producción es casi lo justo que necesitan o casi inexistente, el nivel de neonatos es alto y la población se mantiene marginada debido al hambre, las enfermedades y las guerras civiles. El habitante común pasa hambre y el dinero para adquirir comida de las naciones cuya producción excede sus necesiddes es inexistente.  
 
   Como han podido deducir, el problema no es la falta de alimentos a nivel mundial, sino que las personas pobres no tienen los recursos para comprarlos.  Este concepto es muy sencillo, pero aparentemente le causa cierto trastorno a aquellos defensores del modelo industrial agrícola de los países avanzados.  Durante aproximadamene  50 años he apoyado programas a beneficio de los pobres y de los que tienen hambre, tanto aquí como en el extranjero.  Mediante estas experiencias he aprendido dos lecciones difíciles: Primero, si las compañías de abono y de químicos quieren promover una produción de más en algunas regiones, entonces deberán ellos, no el consumidor, sufragar el costo de la distribución de esta sobreproducción al mundo hambriento; segundo, aún cuando surjan casos cuando estos envíos de alimentos ayuden a personas a sobrevivir, los mismos no producirán un desarrollo económico duradero.  Sin ese desarrollo, la situación paradójica del hambre y de la pobreza en un mundo con un exceso de alimentos continuará.
 
   Un esquema serio para tratar con el problema del hambre global deberá incluir dinero no fertilizantes. Debemos también apoyar la planificación familiar en los países de pocos recursos alimenticios, asi como desarrollar y mantener programas de crédito que estén dirigidos a pequeños agricultores en países pobres.  Sin embargo, en lugar de planificar para acabar con el hambre mundial, la agricultura industrializada nos ofrece una mayor cantidad de abono y pesticidas para la producción en las áreas fértiles de los países desarrrollados. Se pueden predicir los resultados: habrá mayor producción en países que ya sufren de saciedad en productos agrícolas y los programas que ayuden a que la agricultura rinda más, al fin de cuentas, producirán más miseria a nivel mundial.

The San Juan Star, 23 de agosto de 2002, pág. 36